Ayuso y Almeida en la era de la crueldad
El ‘malismo’ está de moda y falta humanidad entre los gobernantes madrileños, ya se trate del genocidio de Gaza, el problema de la vivienda o la situación de las personas sin hogar


Como tengo una hija pequeña, siempre que veo a niñas palestinas mutiladas, quemadas, huérfanas, traumatizadas, atrapadas en los escombros hasta morir o asesinadas por un bombardeo, no puedo dejar de imaginar que esa niña es mi niña y que esa vida, o esa muerte, es nuestra vida, o nuestra muerte.
No hace falta ser padre para sentir un nudo en el estómago, basta con tener humanidad. Ni siquiera mucha: vista la magnitud del sufrimiento gazatí, solo una poquita, la estrictamente necesaria para llamarse humano. Sin embargo, la humanidad no abunda, lo que abunda es la crueldad.
El otro día, en un pleno del Ayuntamiento de Madrid en el que se iba a hablar de vivienda, la portavoz de Más Madrid, Rita Maestre, sacó el horror de Gaza: 14.000 bebés corrían el riesgo de morir de hambre en 48 horas, según la ONU, por culpa del bloqueo alimentario israelí. Nos hemos acostumbrado a hablar de bebés muertos por miles, se han convertido en una cifra, pero imagínense los cuerpos de 14.000 bebés formando una montañita.

La bancada del Partido Popular, con el alcalde José Luis Martínez-Almeida al frente, adoptó diferentes actitudes que se pueden ver en el vídeo de la sesión: algunos montaron bronca, otros mostraron indiferencia, hasta se pueden ver algunas sonrisas burlonas. A mí eso me parece un ejercicio de crueldad.
Al alcalde le parece “lamentabilísimo” que se tilde lo que pasa en Gaza de genocidio, pero no utiliza tantos superlativos para describir la matanza sistemática y brutal. Lo paradójico de apoyar a Netanyahu es que Netanyahu cada vez se lo pone más difícil a sus apoyos: muchos se están rajando porque ya les pesa en la conciencia, pero otros siguen impertérritos, prietas las filas, con el rostro de mármol, lamentando que se denuncie un genocidio.
Su compañera al frente de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, también es conocida por su larga crueldad: cuando hablaba con desprecio de los “mantenidos subvencionados” de las colas del hambre en plena pandemia, cuando tuitea con despreocupada bilis sobre Palestina o en su trato del desastre de las residencias, donde, también durante la pandemia, murieron indignamente 7.291 mayores que, según la presidenta, “se iban a morir igual”.
Todo esto es cruel.
La crueldad es la nueva bandera de Madrid: en el pim pam pum de las administraciones en torno a las personas sin hogar de Barajas, en las familias pobres (4.500 personas) que llevan casi cinco años sin corriente eléctrica en la Cañada Real, como en un apagón indefinido, en el desinterés en detener las expulsiones de vecinos de sus hogares en beneficio de la industria turística y los especuladores.
Un Madrid donde se prima el ocio y el negocio antes que la vida. Mientras tanto, siguen llegando notas de prensa de la concejalía de Turismo del Ayuntamiento, a cargo de Almudena Maíllo, pura vecinofobia, celebrando y promoviendo sin cesar la metástasis turística. ¡Estamos en los rankings!

Cuando le preguntaron a Almeida qué pensaba hacer para regular el precio de los alquileres dijo, muy ufano, “nada”. Despreocuparse del sufrimiento ajeno, sobre todo cuando eres alcalde, es crueldad. Como es cruel la actitud liberticida de desatender los servicios públicos, como la sanidad, la educación básica o la universidad, o dejar a 10.000 niños sin escuelita.
Estamos hablando de las personas que deberían estar al cargo del cuidado de la ciudad y sus vecinos.
Durante décadas se enseñó en parroquias y escuelas la Regla de Oro de la Ética: trata al prójimo como te gustaría que te tratasen. Hay, poniéndonos woke, una Regla de Platino: trata al prójimo como le gustaría ser tratado. No está de moda. En la sociedad cruel cada palo aguanta su vela y se mofa del sufrimiento ajeno. La bondad es ridiculizada como buenismo: la ingenuidad de perseguir la virtud en un mundo corrupto.

Ahora más bien se impone el malismo, tal y como lo ha caracterizado Mauro Entrialgo en su libro homónimo (en Capitán Swing). No solo está de moda ser malo, sino presumir de ello. Como la exedil madrileña Begoña Villacís posando delante del desalojo de un campamento de personas sin hogar o como la diputada del PP Andrea Fabra diciendo a los parados “que se jodan”. ¿Hay algo más malista que una manifestación de falangistas y neonazis pidiendo la deportación de migrantes hasta las puertas del barrio de Lavapiés, “donde la gente normal ya no puede vivir”?
Pasó el otro día.
Hace algunos años la marca Cacharel predijo en un eslogan que “un día la ternura moverá el mundo”. Ese día no ha llegado y no tiene pinta de que vaya a llegar.
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